OPINIÓN
¿La lluvia tiene la culpa?

En 1937 el poeta tabasqueño Carlos Pellicer publicó uno de sus poemarios más emblemáticos. Se llama «Horas de junio» y reúne poesías que escribió entre 1929 y 1936. Digamos que fue un recuento de intimidades, de amores y desamores y, sobre todo, un vuelco hacia la naturaleza, el trópico, el mundo que se renueva cada día, en junio.
Y es que junio significa la renovación de la vida porque con él llegan las lluvias, que significan alimento, frutos, frescura, colores más intensos, flores, cambio del ciclo vital en agua y tierra; crecen los mantos acuíferos, se forman las aguas subterráneas que significan sustento para la vida humana… y mejor estado de ánimo para todos… o casi para todos. Eso trae las lluvias…
Siempre y cuando no ocurra lo que parece que cada vez va siendo más frecuente: las inundaciones en zonas urbanas, en calles, avenidas, vías de traslado. Quizá con esto pagamos la desforestación que se ha hecho a lo largo de los años para transformar en tabique, cemento y asfalto lo que antes eran campos, valles, planicies, bosques, arroyos, ríos…
Y precisamente de eso trata esto. De cómo esa transformación y cómo por el impacto humano el medio ambiente se ha transformado en todo el mundo. No han un solo espacio en la tierra en donde esa transformación deje de percibirse.
Los fríos congelantes. De pronto los calores aterradores. Las lluvias que son torrentes. El calentamiento global impacta en los campos, los valles, las sierras, las montañas, las selvas, los mares… Absolutamente todo se ha transformado y presagia dolores y sufrimientos para la humanidad en los años venideros.
Pero frente a la realidad existen posibilidades de que esa fatalidad no nos alcance. Sobre todo a partir de un renovado sentido de subsistencia en el que cada uno de nosotros asuma la parte de tarea que hay que hacer para detener el avance de este cambio climático; ya no, quizá, recuperar lo perdido, pero que deje de perderse lo que todavía tenemos…
Todo esto es notable en ciudades de México. Monterrey, Guadalajara, Ciudad de México, Oaxaca.
Y ya en junio las lluvias; las lluvias que lo mismo producen vida como desastres. Por ejemplo, la tarde del lunes 2 de junio llovió en la Ciudad de México a raudales. Dicen que en un día llovió lo que en otras ocasiones llueve todo un mes.
Esas tarde el tránsito se paralizó en grandes zonas; no se podía avanzar ni para atrás ni para adelante por la anegación de calles, avenidas, casas… El transporte público dejó de funcionar por lo mismo. Una línea del Metro detuvo su marcha por la inundación de sus instalaciones…
Cayeron árboles sobre vehículos. El agua penetró en casas destruyendo mobiliario. La gente quedó varada en cualquier lugar. Enfermedades están al acecho por las empapadas que sufrieron quienes no previeron esa tarde de lluvia y locura. Daños a personas y bienes. Se perdieron millones de pesos por tiempos-hombre perdidos y perjudicó seriamente a quienes tenían urgencias médicas.
¿Quién tuvo la culpa: las lluvias o los humanos? El tema es que las precipitaciones pluviales llegan porque así está previsto en el cambio de estaciones en México. Porque los sistemas meteorológicos lo anuncian con anticipación. Y se sabe que ahora son mucho más intensas por el cambio climático. Y todo está advertido con anticipación a la llegada de estas lluvias torrenciales.
Y si es así, por qué las autoridades de la Ciudad de México –en este caso, como ejemplo de lo también ocurre en otras de las grandes ciudades del país– ¿por qué no llevan a cabo trabajos de desazolve en cañerías, coladeras, avenidas, calles, ríos, arroyos…? ¿Por qué cuando ocurren las tragedias culpan al ciudadano “por tirar basura por todos lados y de taponear así los ductos”?
Muy cierto. Los ciudadanos de las capitales, como es Ciudad de México, tiran sus basuras y deshechos en donde les da la gana. No hay campañas publicitarias de limpieza y pulcritud.
Nadamás hay que ver la mayoría de las calles, atestadas de basura. Y sí, falta una cultura del aseo, del cuidado de los desperdicios y falta una vocación de respeto y cariño por la ciudad que nos da casa-comida-sustento-solaz…
Pero también es cierto que las autoridades no hacen su trabajo para evitar este desastre anual por las lluvias torrenciales:
No hay cestos o contenedores de basura en las calles, para que la gente tire ahí sus desperdicios –y si hubiera estos cestos, sancionar a quien tire su basura fuera de ellos-; no hay un mandato que evite la proliferación de plásticos –botellas, bolsas y el uso de productos reciclables y productos fácilmente desintegrables.
Se pagan impuestos para los servicios públicos, entre ellos el de barrer y recoger la basura callejera, pero no hay barrenderos, y cuando los hay, no barren. No hay quien supervise ese servicio. El desazolve frecuente, por parte del gobierno, de coladeras, ductos, ríos, arroyos para evitar que se tapen cuando llueve no ocurre, no hay, no existe.
¿De qué les sirve a los gobiernos de grandes ciudades mexicanas que se anticipe el grado de torrentes lluviosos si no hacen nada previamente para evitar inundaciones y evitar tragedias y pérdidas de vidas y de patrimonio? Esa es también responsabilidad de gobierno.
Y la cantaleta de siempre: “La culpa es del ciudadano que tira basura por todos lados y tapa las coladeras”. ¿Y la responsabilidad de gobierno-de gobiernos? Aún es tiempo de evitar conflictos y tragedias. Que cada quien haga su trabajo.
“Junio me dio la voz, la silenciosa música de callar un sentimiento. Junio se lleva ahora como el viento la esperanza más dulce y espaciosa.”