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OPINIÓN

SIN DISCURSO | SALA DE ESPERA

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Desde los tiempos en los que los mexicanos soñaban con que “la Revolución les hiciera justicia”, han vivido -salvo periodos muy breves, casi siempre impuestos por la cruel realidad- en la “política ficción”: el país ideal y perfecto en los discursos (como ahora en La Mañanera)  al que la realidad contradice.

         Hoy hay, legal y oficialmente, dos precandidatas a la presidencia de la República, quienes realmente son candidatas y hacen campaña electoral desde hace varios meses, por más que ambas usen eufemismos y mentiras. Sus fieles seguidores –“lovers” o algo así les llaman ahora- las justifican de cualquier forma. Pero, de que violaron la ley, la violaron. Mañana exigirán, cuando crean que les conviene, respetar la legalidad.

         Ambas están apoyadas o, digámoslo tal como es, utilizan los nombres de partidos políticos que tienen registro oficial como tales, pero que ya no son partidos políticos, sino simples agencias de colocaciones para cargos de elección popular.

         México tiene una larga tradición de partidos políticos, que eso querían ser y lograron serlo en algunas épocas de su existencia. El Partido Comunista Mexicano (PCM) data de 1919 y es el antecedente más remoto de lo que es el PRD (antes PCM, con registro oficial, PSUM y PMS). El antecedente del PRI fue fundado en 1929 como, PNR y luego PRM, con una estructura corporativista, similar a las partido de Hitler, de acuerdo con la tesis de doctorado de Luis Javier Garrido en La Sorbona. El PAN fue fundado en 1939.

         Fueron partidos que definieron y difundieron su ideología. De izquierda, de derecha y hasta de centro. Tenían un proyecto de nación. Bueno o malo, pero lo tenían, en él creían y por él luchaban. Tenían militancia real y vida interna con organizaciones fuertes.

         Desde un tiempo para acá los partidos mexicanos son simples agencias de colocaciones, porque la ley les otorga el privilegio de registrar candidaturas a cargos de elección popular. Son necesarios para el trámite legal y para beneficiar -al menos políticamente- a sus dirigentes y controladores.

         ¿El PRI es hoy es el de, por ejemplo, el de Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán o Jesús Reyes Heroles? ¿El PAN de hoy es el de Gómez Morín, González Luna, González Morfín, Luis? H. Álvarez o Castillo Peraza? ¿Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo, Heberto Castillo, Eduardo Valle El Búho, Luis González de Alba y muchos otros más, no hablemos de Valentín Campa o Demetrio Vallejo, estarían de acuerdo con que el actual gobierno federal es un gobierno de izquierda?

         No, no, hay que empezar por el principio: el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es un gobierno de izquierda. Una real izquierda no habría desmantelado los sistemas de salud, de seguridad social, de educación básica, por ejemplo.

         Las definiciones tradicionales de izquierda y derecha se han desvanecido, pero todavía le son útiles a la propaganda, y al parecer a muchos votantes ya no les interesan esas definiciones. Lo de hoy, como antes también lo hubo, es estirar la mano.

         En junio del 2024 los mexicanos deberán ir a las urnas para elegir a los poderes Ejecutivo y Legislativo del gobierno, además de nueve gubernaturas. En lo que respecta a las aspirantes a la presidencia de la República, pues no parece haber mucha diferencia:  una repite lo que dice presidente, y la otra intenta contradecir y criticar los que dice el mismo presidente. No hay discurso propio, muchos menos un proyecto de país, y faltan menos de siete meses para la elección.

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