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Columna En Concreto

SALA DE ESPERA TODO SE DERRUMBÓ

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Un invisible virus, como todo virus que se respete, reconocido en el 2019, ha exhibido la fragilidad de todos los proyectos humanos, que siempre estarán regidos por el azar.

Empecemos por el principio: el coronavirus no es responsabilidad del gobierno de México y de ningún otro gobierno del mundo. La responsabilidad de los gobiernos es no haber asumido las medidas urgentes y necesarias a tiempo, para no perder votantes, como en México.

Su responsabilidad es gobernar.

Acá, para nuestro desconsuelo, ese virus desnudó más de un siglo de creencias políticas impuestas desde el poder: toda la narrativa (así se dice ahora) de la revolución mexicana se derrumbó.

Un siglo y casi 10 años después, los mexicanos nos enteramos de que hemos vivido en un país de mentiras; un país que no existe, en el que creíamos vivir desde siempre. El país construido, de acuerdo con el discurso oficial, por la primera revolución social del siglo XX (siete años antes de aquella que creó el sueño frustrado de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas), según nos enseñaron en las escuelas de este país.

Y no, a nosotros no se nos cayó ningún Muro de Berlín. Bueno, ni siquiera cuando los terremotos de 1957, 1985 y 2017, destruyeron muchos muros y paredes y muchas vidas.

Un mal día, en una de las múltiples crisis de este país que siempre está en crisis, nos dijeron que la economía estaba colgada de alfileres. No lo creímos, como siempre, hasta que el destino nos alcanzó.

Sólo bastó un pequeño virus, que desnudó ciento diez años del sistema político que ha prevalecido en el país: el del presidencialismo a ultranza, que hoy reaparece extremosamente luego más de 30 años de “neoliberalismo”, que presuntamente empezó después de que José López Portillo se declarara a sí mismo: “el último Presidente de la revolución mexicana”.

En la economía, la absurda apuesta por el petróleo fracasa rotundamente, si hace años López Portillo llamó a administrar la riqueza, un mal día de éstos se convocará a administrar la pobreza, “digna”, “republicana” y quizás también “franciscana”, en un alarde de demagogia cuasi religiosa.

Hoy, los empleos desaparecen estrepitosamente, los formales y los informales, éstos de los que viven la mayoría de los mexicanos, los que tienen que salir todos los días a la calle ganarse la vida. Y sufren las pequeñas y medianas empresas formales, que se esfuerzan en pagar impuestos y cuotas al IMSS y al Infonavit, que son más de 95% de la economía nacional y que hoy no tienen ni un clavo para pagarles a sus empleados, que al igual que sus “patrones” son mexicanos que se rompen la madre por su comida diaria, la de sus familias, la de su país.

Ellos, nosotros, somos quienes vemos como se derrumba el país, su vida, la de sus hijos, la de sus nietos, con un gobierno que en campaña política tenía solución a todos los problemas nacionales. Y que hoy sólo atina culpar a los demás, a los del pasado. Todo se ha derrumbado y aún no tenemos la suficiente distancia para ver el desastre. Ya lo sufriremos. Ojalá esté equivocado.

Gerardo Galarza

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