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EL FIN DE LA 4T | SALA DE ESPERA

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Si los hechos ocurren como los ordena la Constitución y el destino no tiene prevista alguna impertinencia vital, exactamente dentro de dos años el nuevo presidente de la República estará cumpliendo su tercer día de gobierno.

Entonces, el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador cumplirá su tercer día como expresidente rumbo al ostracismo político, como ha ocurrido con todos los expresidentes, principalmente los priistas,  quienes pretendieron extender su mandato mediante un sucesor pelele.

Ninguno lo consiguió. Ni siquiera Plutarco Elías Calles, el llamado Jefe Máximo en la posrevolución y fundador del partido oficial, hoy redivivo en Morena.

Es una regla no escrita del presidencialismo mexicano.  

El nuevo presidente de la República sabe, y así lo ejerce, que el poder político es suyo y de nadie más, por muy agradecido que esté con su antecesor por haberlo hecho candidato del partido oficial. Y rápidamente se deslindará de él. Eso dice la historia.

Así, de triunfar quien lleve la candidatura gubernamental, los antiguos fieles (“amlovers”, les llaman) abrazarán de inmediato la religión del nuevo Mesías. Eso ha


ocurrido en desde 1934. Es más, si la oposición llegase a ganar, muchos de ellos estarán puestos para servir al nuevo Tlatoani. El PAN de hace 22 y 16 años lo sabe perfectamente.

Aún ganando Morena la elección presidencial tampoco habrá la anhelada y proclamada continuidad de la Cuarta Transformación, aunque los hoy precandidatos así lo digan. El nuevo titular del Poder Ejecutivo prometerá que su gobierno resolverá todos los problemas, como siempre,  y para distinguirse quizás ni diga que hará historia. Es más,  podría ocurrir que el deslinde ocurra desde la campaña electoral. ¿recuerdan aquel discurso de Colosio?

A dos años de que haya nuevo presidente de la República, nada ni nadie podrá desmentir que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha cumplido una -quizás la más importante para él- de sus promesas de campaña: hacer historia.  

“Juntos haremos historia” fue el estribillo propagandístico. Y ha hecho historia. No hay duda.

El presidente López Obrador ha logrado en cuatro años de gobierno hechos, cifras y datos impresionantes.

Como ninguno, por lo menos en la historia nacional de los  gobiernos posrevolucionarios.

Por sus hechos los conoceréis, dice la cita bíblica,  libro que se sabe le importa mucho al presidente de la República.

Y los hechos ni los datos mienten. Y sí, son históricos:


No ha cumplido ninguna otra de sus promesas: el Ejército no sólo sigue en las calles del país, sino que prácticamente lo controla; la gasolina no cuesta 10 pesos por litro; tampoco se ha logrado la autosuficiencia alimentaria, pero si un gran fraude, mayor que la llamada Estafa Maestra, en ese rubro; el número de homicidios dolosos y desaparecidos en mayor que nunca; la inseguridad campea en el país; el índice inflacionario ha rebasado los dos dígitos, lo que no ocurría desde 1999 (es cierto que durante el gobierno de Miguel de la Madrid -1982-1988- ese índice llegó a tres dígitos, producto de las políticas populistas de los dos sexenios anteriores y ahora es una probabilidad que deberá enfrentar el próximo gobierno); por si fuera poco, un sistema de salud público absolutamente destruido. Del combate a la corrupción no hay más resultados que nuevos hechos de corrupción, que serán escándalos en el nuevo sexenio.

Algunos expertos dicen que el presidente tiene todavía dos años para enmendar o paliar la situación del país. Para, en sus palabras, no dejar un cochinero. No ocurrirá: la soberbia –contraria a la doctrina franciscana que dice profesar- se lo impedirá. Total, ya hizo historia.

           


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