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CUADERNO DE CARGOS | SALA DE ESPERA

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En menos de un mes, miradas y oídos de los humanos estarán pendientes de lo que ocurra en el mundial de futbol de Qatar 2022.

Al escribidor no le sorprende. Siempre ha creído que la celebración de los mundiales de futbol y de los Juegos Olímpicos -las competencias internacionales por antonomasia- son un recreo para el mundo.  

A su creencia no escapa que la FIFA y el COI son las más grandes transnacionales que existen y arbitrariamente imponen sus reglas a los países sedes. “Cuaderno de cargos” se les llamaba en la FIFA.  

 La sede para Qatar fue otorgada hace 12 años.  

Qatar, un pequeño país de la Península Arábiga, es la primera nación árabe islámica en organizar un torneo deportivo de tal envergadura. Su independencia del Reino Unido data de hace 51 años y es un Estado absolutista, pero también es el país con la mayor renta per cápita del mundo y el segundo en el índice de desarrollo humano del mundo árabe. Su riqueza proviene, esencialmente, de sus yacimientos de gas natural.

Como todo país árabe e islámico, su cultura y su forma de vida difieren y contradicicen muchas de las costumbres occidentales, pese a la globalización.  


El gobierno de Qatar ha emitido ya normas de conducta (su propio “cuaderno de cargos”) a las que se tendrán que sujetar los aficionados extranjeros que asistan al Mundial y que, en su mayoría, tienen que ver con la conducta personal en sitios públicos y privados. Su violación tiene castigos legales.

Ese “manual” informa de lo que no se debe hacer de acuerdo con la ley y las costumbres cataríes, en algo -por ejemplo- también simple como la forma de vestir de hombres (no deben usar shorts o bermudas o camisetas con cuelo V) y mujeres (el uso de túnicas, del ocultamiento del pelo y otras partes del cuerpo, la misma asistencia a los estadios), las maneras de saludar, las restricciones en el consumo de alcohol, las expresiones públicas de emociones provocadas por el juego, etcétera.  

Parecen rídiculas y discriminatorias, pero no son tan raras. Todavía hace unos 40 años en México no se permitía, por ejemplo, la entrada de mujeres a cantinas y bares, y había restaurantes que exijían el uso de corbata y saco a sus clientes masculinos.

Para el mundo occidental lo más cómodo es desacalificar esas constumbres y considerarlas discriminatorias y violatorias a los más elementales derechos humanos, sobre todo en esta época de la corrección política.

Pero, esa misma corrección política occidental establece que hay que practicar la tolerancia. ¿Tienen derecho los cataríes a aceptar voluntariamente esas normas y costumbres basadas en su religión? ¿La


tolerancia sólo debe practicarse para los valores occidentales?

Tampoco se trata de defender constumbres que chocan con la cultura occidental, al igual que las occidentales chocan la cultura árabe.

La tolerancia está de moda y es políticamente correcta. Se le proclama y se exije hasta que enfrenta las creencias propias. Eso ya está ocurriendo con el próximo Mundial. El debate es muy amplio y espinoso.

Es donde la tolerancia se enfrenta a la tolerancia. Y ocurre en todos los ámbitos de la vida humana, en todos los países, en la política, en las religiones, con todas las ideas, con todas las costumbres y hasta con las leyes.  

La Utopía sigue muy lejana. Tal vez por el momento lo mejor sería tolerar -con sus asegunes- aquella vieja máxima de “a donde fueres, haz lo que vieres”.

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