OPINIÓN
EL PRÓXIMO | SALA DE ESPERA
El principal obstáculo que enfrenta la democracia en México es la cultura priista que invadió los rincones más recónditos de la sociedad mexicana, incluida la oposición, por supuesto, me dijo hace años, Gilberto Rincón Gallardo, izquierdista él, de los a de veras y, además, un demócrata convencido.
Uno de los pilares fundamentales del sistema político priista –quizá el esencial- fue la facultad del presidente de la república en turno para designar a su sucesor.
Es facultad metaconstitucional, como la calificaron juristas tratando de explicarla, garantizaba al presidente que quien tuviese aspiraciones políticas (la presidencia la República, las gubernaturas, las senadurías, las diputaciones federales y hasta las principales presidencias municipales del país), debería serle incondicional. Con su poder, él decidía el futuro del país o por lo menos de las personas favorecidas o no por su dedo. Por eso los presidentes de la república priistas fueron tan poderosos.
El dedazo se fracturó con los triunfos de los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón. Enrique Peña Nieto fue el primer priista que llegó a la presidencia de la República sin la bendición de su antecesor.
Tres sexenios después, el “dedazo” está de regreso. El presidente actual sabe de los beneficios que a su poder personal le produce este “sistema”, los goza y lo utilizará, si es que no consigue su anhelo de reelección o la ampliación del mandato, porque de lo va a intentar, lo va a intentar, sin importar las desgracias que su ambición cause al país.
Si ello no se logra (las 30 monedas de plata siempre ha sido muy apetitosas para los políticos y sus partidos), el candidato de Morena a la presidencia de la República será decidido por el presidente de la república, hagan lo que hagan los aspirantes a conseguirla.
Y ese “proceso” ya comenzó desde que inició el sexenio de la restauración del peor priismo. Es un distractor más y el presidente lo sabe. Ayer lunes citó varios nombres de los que, según él, los medios de información quieren enfrentar y dividir, a raíz de la publicación del reportaje de The New York Times sobre las causas de la tragedia de la Línea 12 del Metro, de las que responsabiliza a quien era el jefe de Gobierno cuando se construyó.
Los “analistas políticos” vieron en esa publicación una choque entre dos presuntos aspirantes la candidatura presidencial de Morena: el secretario de Relaciones Exteriores y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y los probables beneficios que podría producir a otros aspirantes o, como antes, ¿les llamarán ya precandidatos?
Este juego para entretener seguirá hasta el día que el dedo presidencial ordene el destape, quizás ahora disfrazado de una encuesta oculta para todos, como lo fueron las que “decidieron” los candidaturas a gobernadores.
Los aspirantes a la candidatura presidencial de Morena en el 2024 lo saben muy bien. Algunos provienen del priismo y fueron beneficiados por decisiones personales del presidente de la república en turno.
Lo que está por verse en las elecciones del 2024 es si el dedazo funciona como antes. Ahora no garantiza al candidato designado ocupar la presidencia de la República. A diferencia de los años del dominio total del PRI, hoy en México hay elecciones y electores que deciden el triunfo en las urnas.