Colaboraciones
CONCIERTOS CDMX
Por Jorge Gamboa de Buen, Director General de Fibra Danhos

A lo largo de la historia muchos políticos han estado incómodos con expresiones culturales que no entienden ó no les convienen y, como acto reflejo, sienten la necesidad de prohibir. Lo estamos viviendo.
Ejemplos sobran desafortunadamente. Madame Bovary causó en 1856 que Gustave Flaubert fuera llevado a juicio por inmoral. Las flores del mal, poemas de Charles Baudelaire, fueron prohibidos en 1857. La novela Ulises, de James Joyce, fue prohibida en 1921, en Estados Unidos, por obscena. Hitler prohibió la arquitectura del Bauhaus.
En 1969, se organizó un festival de música en Woodstock NY en medio del movimiento hippie potenciado por la guerra de Vietnam.
Este festival inspiró el de Avándaro celebrado, los días 11 y 12 de septiembre de 1971, en un gran terreno baldío a cinco kilómetros de Valle de Bravo, Estado de México.
Concebido inicialmente como un evento de Rock y Ruedas, el rally de automóviles tuvo que ser cancelado ante la imprevista afluencia de miles de jóvenes. Como siempre en México los números no son precisos. Hay referencias que van desde 100 mil hasta 500 mil asistentes.
Entre los organizadores estuvieron personajes como Justino Compeán y Luis de Llano que, con el tiempo, consolidaron una buena reputación como creadores de espectáculos sobre todo en TELEVISA.
En medio de lluvia, lodo y desorganización tocaron 28 grupos entre ellos Javier Bátiz, Love Army, Dug Dugs, Peace and Love, el Ritual y Alex Lora y el Tri.
A los pocos días el periódico semanal ALARMA! dedicó su primera plana al festival con los siguientes encabezados:
¡El infierno en Avándaro!; asquerosa orgía hippie!; encueramiento; mariguaniza; degenere sexual; mugre, pelos, sangre, muerte!
El símbolo de tal depravación fue la “encuerada de Avándaro” que arriba de un camión de mudanzas se quitó su camiseta blanca. Interrogada algún tiempo después por la temida Dirección Federal de Seguridad, ésta reportó lo siguiente: la joven fue detenida “con el objeto de saber si existen intereses ideológicos contrarios a nuestro sistema y abocados a degenerar a nuestra juventud”.
Como resultado del escándalo, el gobierno de Luis Echeverría prohibió, en 1973, los conciertos de rock así como todo lo relacionado con este género musical. El decreto silenció a los medios y a las estaciones de radio. Algunas bandas se disolvieron y otras se exiliaron, aunque aparecieron los “hoyos funkys”, sedes improvisadas y ocultas en casas, patios o fábricas abandonadas.
En la Ciudad de México este fenómeno se combinó con la, todavía prevaleciente, herencia del conservadurismo “uruchurtiano”.
Ernesto P. Uruchurtu fue Jefe del Departamento del Distrito Federal (hoy CDMX) de 1952 a 1966. Conocido como el “Regente de Hierro”, su mano dura restringió los horarios de bares y restaurantes, prohibió la prostitución y por supuesto anuló la existencia de discotecas y antros. De conciertos públicos ni hablar.
Aunque en los ochentas ocurrió una cierta liberalización, sobre todo a partir de la reacción a las luchas estudiantiles y la tragedia del 68, no fue sino hasta la estrepitosa debacle del PRI en la elección de 1988 (cuando quedó en tercer lugar en la Ciudad de México) que se profundizó la apertura.
En su muy complejo acceso al poder, Carlos Salinas dudó entre poner de regente a Manuel Camacho Solís o a Fernando Gutiérrez Barrios. Al final decidió que la capacidad política y el talante democrático y concertador del primero era lo que la ciudad necesitaba. Tan fue correcta la decisión que, en la elección intermedia de 1991, el PRI arrasó.
Una de las más cercanas colaboradoras de Camacho era la doctora Alejandra Moreno Toscano, historiadora distinguida, reorganizadora del Archivo General de la Nación, demócrata convencida y estudiosa de la evolución histórica del binomio sociedad-ciudad.
La influencia de la Dra. Moreno en el sexenio de Manuel Camacho fue decisiva en muchas áreas como la política social, la regeneración del Centro Histórico y la promoción del cine.
Pero indudablemente su legado más importante fue la apertura a los conciertos masivos, que de manera regular se presentaban en muchas ciudades del mundo incluyendo algunas mexicanas.
Esta apertura no solo fue legal y política, sino que impulsó la creación de instituciones, infraestructura y la formación de empresas privadas que organizaran dichos eventos.
Entre 1988 y 1994 se modernizaron el Palacio de los Deportes y el Auditorio Nacional, se construyó el Foro Sol y se rescataron el Teatro Metropolitan, el Blanquita y el Salón México. Todos con esquemas de gobernanza que han permitido su permanencia.
También nació OCESA y después CIE, que junto con otras empresas promotoras han convertido a la Ciudad de México en uno de los lugares del mundo con mayor oferta de espectáculos.
Algunos de los conciertos de los 90’s causaron controversia. Cuando se anunció la visita de Madonna al Foro Sol, algunos sectores conservadores y católicos pidieron su cancelación. Era su época de sostenes picudos, cruces invertidas y su libro SEX (que hoy no asustaría a nadie). El gobierno de la Ciudad se mantuvo firme y los conciertos se celebraron.
El resultado ha sido que, en un mes dado, Shakira rompe récords de número de conciertos y asistentes en el estadio GNP (antes Foro Sol) y al mismo tiempo se presentan Sting, Bruno Mars y se celebra el festival Ceremonia en el Parque Bicentenario.
También se anuncian las próximas visitas de Oasis, Lady Gaga, Katy Perry o Sabrina Carpenter, además de incontables conciertos de música clásica, óperas y musicales.
Finalmente, si uno revisa los tweets oficiales y también los espontáneos, la Ciudad reconoce a los conciertos su enorme contribución al turismo, a la economía y – ¿por qué no? – a la salud mental de sus habitantes.