OPINIÓN
DE TAPADOS Y CORCHOLATAS | SALA DE ESPERA
El omnímodo poder de todos los presidentes mexicanos priistas, incluido el actual (que, aunque haya arribado al poder mediante otra denominación partidista, mantiene y amplía los ritos del viejo sistema político impuesto por el PRI), les hizo creer que nada podía pasar sin que ellos lo decidieron o por lo menos lo autorizan.
El non plus ultra de su poder, eso creían los anteriores y cree el actual, es el decidir quién será su sucesor. Así ocurrió de 1929 a 1999. Hoy se pretende, con evidente éxito, revivir aquello que se le llamó “el juego que todos jugamos”, el del futurismo político.
En la épocas del viejo PRI al sucesor desconocido se le llamaba “el tapado” en la caricaturas periodísticas y se le caracterizaba con una capucha en la que sólo se veían unos ojos. Los presuntamente aludidos eran miembros del gabinete presidencial, eso sí nunca mencionados por el presidente en turno ni por ellos mismos. En sucesión de José López Portillo, el entonces gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, dijo que “la caballada (de presuntos sucesores) está flaca” e hizo su “destape”. En el siguiente sexenio de “hizo” una lista de “distinguidos” priistas que comparecieron ante la dirigencia de su partido, lo que no evitó que la mañana del “destape” muchos de sus correligionarios apoyaran a cuando menos dos precandidatos (Alfredo del Mazo y Sergio García Ramírez) que no eran el ungido oficial (Carlos Salinas de Gortari), designado evidentemente por el presidente de la República.
En esos tiempos, el “destape” tenía que ver la develación del rostro y nombre del elegido para ser el nuevo presidente de la República, sin que importar el voto popular. En las elecciones de los años 2000, 2006, 2012 y 2018 ocurrió que no hubo tapados priistas y entonces el voto popular contó.
En México “destapar” también significaba quitar la corcholata (tapa de lata y corcho) que cerraba las botellas de vidrio de los refrescos y cervezas, para lo que se usaba un instrumento llamado destapador. Hoy el presidente de la República ha definido a sus posibles sucesores como “corcholatas”, que habrá que decir que salvo uno, los demás luego de cumplir su función de comparsas, iban a la basura política.
Pese a lo despectivo, ojalá esa sea la acepción de corcholata que usa en el presidente de la República y no la de que se refiere a un personaje muy popular en las películas de ficheras, interpretado por la inolvidable Carmen Salinas.
Por el propio presidente se sabe que hoy hay cuatro “corcholatas”, que sumisas esperar que “el destapador” se fije en ellas para poder ser. Como los viejos priistas saben que su futuro como candidatos presidenciales depende la voluntad única del presidente. Es más que en cualquier momento podrían dejar de ser “corcholatas” o que el número se incremente o disminuya, todo por ocurrencia presidencial y que sólo uno será el candidato del partido oficial.
Y el presidente de la República, como sus antecesores priistas, está seguro de que no se equivocará en su decisión y que su sucesor le será fiel y lo reconocerá, aunque la historia demuestre lo contrario: el “corcholatazo” será su último acto real de poder, como ocurrió con todos los presidentes priistas.
Las “corcholatas” de ahora deben saber que, desde hace 22 años, la presidencia de la República ya no se obtiene por dedazo presidencial; que hay que obtener el voto popular en las urnas y que, por el bien de México, así deberá ocurrir en el 2024. Y los votantes también deben de recordarlo.