OPINIÓN
LA “NOTA” | SALA DE ESPERA
Uno de otros de los elementos esenciales, sustantivos, de la noticia periodística es la falta de cotidianidad, la espectacularidad, la rareza, la sorpresa, lo extraordinario, lo inusual, lo impresionante, lo inverosímil, lo inaudito, lo prodigioso de un hecho; aquello que provoca que el lector se interese por “la nota”.
Hace algunos o muchos años, cuando los periodistas eran reporteros, había una conseja del oficio que sostenía que nunca será “nota” que un perro muerda a un hombres; la “nota” es que un hombre muerda a un perro, se decía. En otras palabras, nomás para que se comprenda en las redes sociales: que un perro muerda a un perro es lo cotidiano; que un hombre muerda a un perro es lo extraordinario.
Hoy, en México, lo escandaloso, lo terrible, ha dejado de ser la “nota” y ha logrado conseguir carta de naturalización como lo cotidiano, lo que a nadie nos sorprende. “Normalizamos” -el escribidor supone que así dice ahora- lo que nos debía impresionar y preocupar.
De acuerdo con las cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), organismo autónomo del gobierno federal, en lo que va del actual sexenio ha habido más de 156 mil asesinatos dolosos en el país, lo que a 16 meses de su fin lo hará el sexenio más violento de la historia nacional. No se puede negar, que en los gobernos anteriores las cifras de asesinatos también fueron o debieron ser impresionantes.
Pero hoy, 156 mil asesinatos (en números redondos) conmueve a pocos mexicanos, en cualquier circunstancia.
Mucho menos inquieta, siquiera, por no decir que altera o perturba, que el que entre el 95 y 98 por ciento (según varias fuentes) de los delitos que se comenten en el país quedan impunes. En otras palabras, entre 95 y 98 de cada cien de los responsables de algún ilícito no sufrirán ningún consecuencia legal y, vamos, ni siquiera social: seguirán delinquiendo con toda normalidad.
Entonces, es muy explicable que una buen parte de los mexicanos acepten, y algunos hasta lo disfruten y proclamen, que sus autoridades no cumplan con lo que la las leyes del país -esas que juraron respetar-, porque se perjudican o porque la ley sólo de aplica a los enemigos y por venganza política.
¿Cuántas veces el presidente de la República, sus “corcholatas” y también los aspirantes a candidaturas de la oposición han violado y violan flagrantemente la legislación electoral, con sus precampeñas políticas? ¿Cuántas veces el señor presidente ha acatado las sentencias del Tribunal Electoral del Poder Electoral de la Federación, basadas en una legislación de la que fue promotor cuando era opositor? En el caso del señor presidente los diversos recuentos establecen entre 12 y 16 desacatos, que no tendrán ninguna consecuencia. Tampoco para sus “corcholatas”, aunque sí existe el riesgo de que la ley se aplique a los opositores.
El ejemplo presidencial ya cunde en el país: si el presidente no cumple con la ley ¿por qué un simple ciudadano tiene que cumplirla? Además, cree que en nada afecta: ¿a quién le afecta que no pague impuestos, que se estacione en lugar prohibido, que no tenga licencia de conducir, que ocupe ilegalmente un predio, que suba los precios de lo que vende, que robe y venda lo robado, que pepene mercancía de un traíler accidentado, que extorsione, que robe, que secuestre, que asesine..?
¿Por qué, piensa, habrá que aplicársele la ley y por qué a los asesinos, a los extorsinadores, a los traficantes de drogas, a los ladrones, al presidente de la República no les pasa nada?
La normalización de lo extraordinario, en este caso la violación a las leyes, provoca impunidad. Ya se vive en la cotidianidad y ya no es “nota”, salvo para quienes la sufren o la detestan.